jueves, 18 de agosto de 2011

Anécdotas de los Reclus

Esta sección que colgamos por primera vez será de las anécdotas que nos contaron en las distintas entradas a los reclusorios varoniles o femeniles. Los que nos narraron cada una de las anécdotas no será mencionado/a en ella de ninguna manera, y veremos que en muchas parece ficción y no realidad lo que nos platicaron. Sin caer en el lugar común o clisé esperamos que la lectura (no puedo prometer que sea placentera, también eso depende desde que contexto se lea) la disfruten; la responsabilidad y el enfásis de cada una de las anécdotas escritas en éste sección del blog es totalmente mía (Juan), espero ser fiel al espíritu del que me contó esto y recrear el ambiente como lo vivieron los/las narradores y yo al imaginarlo. 

Treinta y cinco años


La casa en donde vivía comparado con la celda parece una mansión, pero si junto los patios con las celdas no estoy tan mal.  Durante 35 años soporté a mi esposo,  de su parte sólo esperaba reproches, golpes, injurias, todos mis hijos ya se habían ido de la casa hartos de la situación que prevalecia, me abandonaron, sé que también se fueron a buscarse la vida por otros lados, algunos hasta Estados Unidos fueron a parar. Él no me permitía ni siquiera tomarme un trago cuando alguno de mis nietos cumplía años, o mis hijos iban a visitarme, las primeras comuniones o los bautizos eran todos tormentosos para mí, siempre en la cocina sirviendo y a veces cuando solos estábamos llego a darme de golpes el muy cabrón, que sírveme esto, sírveme lo otro, trae la comida, preparame una botana y sí preparándole una botana, cortando unos cueritos sentí el primer impulso que claro borre rápido de mi mente,  pero devino otro más y otro más y pensé en matarlo, así como suena, con esas seis letras m-a-t-a-r-l-o . Y me dejé llevar por ese impulso, disfrutaba imaginándome cómo sería, sonreía cada que el cuchillo lizo rebanaba una parte de los cueritos, ahí supe que lo iba a matar, de ese día no pasaba el desgraciado.  Que los quería así delgados, en tiras, para que no le costará tanto trabajo masticarlos y los pudiese sorber sin que se atragantara... y repasaba todo lo que en ese primer pensamiento había excluido; percibí los olores más fuertes, el vinagre de los cueritos me pareció más intenso su olor, la salsa diluida en ellos era más roja que de costumbre, la bolsa en donde estaban envasados me pareció más pesada cada vez que la cargaba para sacar, e imaginaba como el cerdo había chillado cuando fue sacrificado en el rastro y después cómo llegaron esos trozos a mis manos, ¡así chillaría!
Cogí con la mano izquierda el plato donde llevaba los cueritos y la derecha la coloqué en mi espalda escondiendo el cuchillo de mango de madera, él gritaba, ¿a qué hora están esos cueritos? ¡Son para hoy vieja! Sí, ya voy, ya voy contesté, son para hoy y ¡serán los últimos de tu pinche vida viejo!. 

De los pocos recuerdos que tengo de ese momento tengo dos cosas muy presentes, una era que tenía la misma sensación, se sentía igual cuando cortaba los cueritos que cuando el cuchillo atravesaba su cuerpo y lo estaba matando. Era igualito. Lo otro que recuerdo fue que estaba sentada frente a él con el mandil puesto, su cuerpo no se movía y emanaba sangre por los orificios de su camiseta y su pantalón, el cuchillo en la mano derecha chorreaba sangre que limpié con la parte baja del mandil o mi falda, la verdad no me acuerdo bien de eso, y en la izquierda sostenía un vaso con whisky y dos hielos que era lo que él bebía, así como le gustaba tomar. Terminé el whisky, coloqué el vaso sobre la mesa, los hielos ya no sonaban se habían deshecho, me desamarré el mandil, seguía sosteniendo el cuchillo, no vaya a ser que se mueva o reaccione o no lo haya matado bien o por si acaso.  Después aventé el cuchillo a un lado de su cuerpo, ahí ya había reaccionado y me fui a entregar al Ministerio Público.
Camino al MP lo iba recordando todo, era tan claro, que me sentí ligera, mis pasos eran rápidos, hasta me sentí más joven. Llegué al MP y dije: vengo a entregarme, acabo de matar a mi esposo, ésta es mi dirección y así paso... No me creí capaz de tener la sangre tan fria y ahora no me cuesta contarlo o decir porqué estoy aquí. 
Treinta y cinco incisiones en el cuerpo del marido contó el médico legista en el SEMEFO.

En el patio me respetan, nadie me hace menos, mis hijos que antes no me hacían caso ahora me visitan, se turnan, a algunos les toca entre semana a otros sábados y domingos, los nietos juegan conmigo, me quieren, y los que viven en los Estados Unidos cada seis meses o un año vienen a verme. Me encuentro mejor ahora que antes cuando vivía con él. Me siento libre aquí encerrada, pero no importa cuánto me falte, si lo aguante a él treinta y cinco, esto es nada.
 

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